No podía levantar la mirada.
A su alrededor, había un entorno encantador. Era
otoño; el clima frío, nublado sin viento permitía que las calles empedradas de
su pequeña ciudad engrandecieran su encanto apoyándose en los vivaces reflejos
de los encharcamientos esparcidos por todo el sendero de la calle principal y
de las hojas cayendo esporádicamente de los muchos árboles que adornaban en
línea recta por toda la zona. Pero él no era capaz de notar la belleza que esa
tierra le ofrecía frente a sus ojos, no… él tenía la mirada fija en la pantalla
de su Smartphone.
La noche anterior le había conocido, y hablaron
durante todo el transcurso de la misma. Tuvieron conexión inmediata; la química
en su charla rasó fluida y consumió las horas de sueño de ambos hasta que salió
el sol. Sentía mucho interés por ella.
No fue sino hasta que se despedían que ambos
mostraron una fotografía de cada uno, y desde entonces, él no pudo dejar de
mirarla. Al menos no sin hundirse en sus pensamientos. Le gustaba dejar llevar
su imaginación como cuando era un niño, e inventaba historias de todo lo que a
su paso encontraba; desde personas, hasta piedras.
Era hermosa. No cabía duda; solo su cabello bastaba
para delatarla como alguien especial: lo llevaba largo, ondulado. Las ondas desembocaban en la curva
de sus pechos con puntas teñidas de un intenso azul rey. Haciendo segunda a sus
puntas, rayos violáceos se expandían de abajo hacia arriba hasta el flequillo
en tonalidades rosadas, e inclusive un fragmento de mechón naranja podía divisarse
antes de perderse en el color dominante de su cabellera; que era, creía él, su
color natural: ¿Castaño oscuro? ¿Tal vez, chocolate? Disfrutaba pensando en
ello, aún cuando no llegaba a una conclusión.
Le gustaba su rostro. Su clara piel cobriza y sus
cejas delgadas. Pero no era eso lo que más le gustaba de ella, y tampoco lo era
su extravagante cabello. Lo que más disfrutaba, eran sus ojos pequeños, pero
desbordantes de brillo juvenil, y su radiante y expresiva sonrisa blanca,
rodeada de un par de delgados y brillantes labios color salmón claro. En
conjunto sonrisa y mirada, hacían de ella un retrato de felicidad como casi
nunca se puede llegar a apreciar. Era perfecta.
“¿Qué se oculta tras esta sonrisa?” pensó. Y no
respondió, no conocía la respuesta.
¿Qué
se oculta tras esa sonrisa?
Suspiró, embelesado. Luego, resopló frustrado por
una suposición fugaz que se cruzó por su mente, y a la cual descartó sin
pensárselo dos veces… no obstante, con el paso de los segundos volvió a
replanteársela por mero análisis a su ridiculez:
¿Qué
si tras su sonrisa, tristeza oculta emanaba? ¿Qué si el brillo de sus ojos
podía perderse de un instante a otro con apenas reproducir un recuerdo o un
sentimiento siempre latente en su pecho?
Imposible. La felicidad tan bella y perfecta
reflejada en su rostro radiante no podía ocultar sentimientos profanos como lo
eran la tristeza y la falsedad. Lo hermoso, no puede tener cimientos frágiles…
¿O
sí puede?
Respaldaban
los castillos de naipes, las figurillas de cristal soplado y muchas, muchas
sonrisas falsas… pero esta, era la sonrisa más perfecta que él hubiese visto
antes, no podía ser igual a las demás y al mismo tiempo expresar tantas cosas
que las demás eran incapaces dé. Carecía de sentido.
Entonces…
¿Por qué mientras menos sentido poseía su
pensamiento, mayor interés ocupaba en su mente?
De un momento a otro; fue como si pudiera
entenderlo. Como si pudiera verlo en verdad, y no se tratara de un forzado
intento de comprensión.
“Ella no sonríe a menudo” se dijo, en voz baja. Sin
preocuparse por los transeúntes que pudiesen tacharlo de loco por hablar solo. “Y
no solo eso… ella no sonríe en lo absoluto”.
Se abrieron ante sus ojos, en esa misma fotografía,
una serie de posibles vivencias negativas, tristes, desmotivadoras, solitarias
y dignas del olvido que pudiesen sustentar su sonrisa: decepciones de todo tipo
que la hicieron alguien temerosa de la gente, incluso de sus más cercanos. Traiciones
que la dejaron confundida, y que le dieron una desconfianza propia que día a
día le impedía hacerse de la seguridad necesaria para ser ella misma con
naturalidad. Burlas que la retrajeron, y que la alejaron incluso de aquellos
que no tenían intenciones de lastimarla, sino todo lo contrario. Mentiras, y
más mentiras… tantas mentiras, tantas dobles caras, tantos amaños, tantos
arreglos, tantas peleas, tantos conflictos, tantos distintos dolores y tantas
variedades de los mismos… todos, y cada uno de los componentes negativos, se
unían en un cierto y retorcido modo para hacerla esbozar la sonrisa más
perfecta que nunca antes haya existido. Una sonrisa falsa, a fin de cuentas, es
la sonrisa que se merece un mundo que no se permite comprenderla, arroparla
como se debe.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, por el inmenso
anagrama que se había creado alrededor de un gesto. Pero incluso entonces,
cuando había construido un mundo tan infame para la única chica que le había
tenido concentrado por tanto tiempo en toda su vida, se permitió suspirar
embelesado. Ahora, le parecía incluso más hermosa, más perfecta.
Se imaginó a si mismo ayudándole a superarse a si
misma, a recuperar la confianza de a poco, con pasos de bebé. Pensó en cómo
podía motivarla a creer en alguien con el simple gesto de ofrecerle una mano, y
así, de poco a poco, conseguiría ver una versión genuina de su sonrisa perfecta…
de solo imaginarse el brillo que esta sería capaz de irradiar al estar
sustentada por afecto, cariño, confianza y amor, sus mejillas se tiñeron
rosadas y esbozó una boba sonrisa de emoción fantasiosa.
Él quería ayudarle, quería repararla, y enamorarla
como alguien con su inconmensurable belleza se merecía. Le daba rabia pensar en
todos aquellos que no fueron capaces de comprenderla, y que la pisotearon como
niñatos estúpidos jugando por sobre una indefensa flor.
Las campanas de la iglesia hicieron eco en los
alrededores. Las pocas palomas que se habían juntado en la cercanía de su lugar
de reposo volaron despavoridas de la sorpresa, y él levantó la vista de su
celular con gesto sorprendido. Miró el color ahora rojizo del cielo y revisó la
hora casi como si de un reflejo se tratase. Ya eran las 7 de la tarde.
Se encogió de hombros.
“Supongo que ya mejor ni poner un pie en esa iglesia…
o en ningún otro lugar por un tiempo” bufó.
Desabrochó el botón que le lastimaba el cuello y se
deshizo de la corbata, la guardó en el bolsillo interior de su traje y de ésta
misma sacó una cajita forrada con fino terciopelo con una promesa dentro. Horas
antes, se suponía, había de tomar la mano de la mujer a la que pidió matrimonio
en el altar y depositarla en su dedo… pero se había pasado toda la tarde
mirando una fotografía de alguien que con poco, se había convertido en algo muy
especial.
La distancia que les separaba a ambos era
considerable, pero no infinita… y aunque, dadas las circunstancias de su vida
actual, no podía darse el lujo de simplemente tomar sus maletas e ir a por
ella, se sentía afortunado de haberla encontrado en su camino, y de saberse
capaz de hacerla feliz… solo tenía que esperar, darle un tiempo al tiempo; y
cuando todo estuviese en orden con sus asuntos… la buscaría nuevamente.
Hablaría con ella, la cortejaría, saldrían, se
divertirían, pasearían por las calles tomados de las manos, se darían muchos
besos, irían al cine a no ver la película, se querrían, se enamorarían, se
amarían, se mudarían juntos, se comprometerían, se casarían (y esta vez él si
asistiría a su propia boda), se mudarían a una casa grande en los suburbios, tendrían
hijos, serían una familia, envejecerían juntos, y verían con una fugaz
nostalgia lo fácil y fantásticamente bien que les resultó todo cuando ya estén
en las últimas, tomados de las manos, y mirándose con un cariño arropante el
uno al otro por última vez.
Entonces, vería su sonrisa perfecta una última vez
antes de cerrar sus ojos, y sabría que era una sonrisa genuina.
Miró su fotografía una vez más, y asintió levemente.
Su corazón se partió en dos, sí… pero la distancia nunca acallaría sus
esperanzas, ni su amor.
Que hermoso cuento, aunque melancolico y triste, la redaccion y las palabras te llevan a la fantasia del prota. Mágico, hacia falta leer algo así
ResponderEliminarEstuve aquí y lo leí. Así que paso a saludar rápidamente con una sonrisa tras leer este cuento y en especial la frase: ( ...a no ver la película. ) jajajajajá.
ResponderEliminarSya.