Los niños, las niñas, las reglas, y el juego más bello
Cuando
eres pequeño y asistes al jardín de niños, te permiten sentarte con quien
gustes para pintar con las manos o dibujar. Es entonces, en el momento en que
haces llorar a una chica por meter su cabello en el bote de pintura o tirar del
mismo, que se te dice la primera gran regla: “No debes hacerle daño a las
niñas”.
Pasa
el tiempo, y creces. Ahora puedes correr a grandes velocidades sin caerte por
cualquier obstáculo mínimo, y por tal mejoría física te vuelves mucho más
activo y vivaz; no hay nada más divertido para ti que darle mal uso a los
juegos del parque: como subir la resbaladilla por la parte deslizante, colgarte
de piernas en el pasamanos o montar de pie en los columpios… de pronto,
mientras te diviertes de lleno en dichas proezas, se acerca una niña a jugar
contigo, y accidentalmente terminas golpeándola en un descuido. Ella
naturalmente llora y sus padres te regañan mientras tus padres te defienden;
resentidos, ambos bandos abandonan el parque. Para estas alturas ella ya ha
dejado de llorar hace rato, y logra dedicarte una mirada con la que te hace
saber que lamenta haberte metido en problemas, pero ya es tarde. El daño está
hecho y como hombre, se debe de tomar responsabilidades. Aquí se te entrega la
segunda gran regla: “No juegues con las niñas”.
Entonces:
está mal hacerles daño y está mal jugar con ellas. Has aprendido correctamente
en base a tus errores, y gracias a ello tienes los conocimientos necesarios
para interactuar sin lastimarlas. Eres más sensible y cuidadoso que antes,
también más considerado. Ingresas pues a la escuela primaria y te toca compartir
asiento con una de ellas. Naturalmente: al ser solo niños, se ponen a platicar
o a divagar un poco entre clases. Desgraciadamente, cuando el profesor les
riñe, ella hábilmente se saca de la culpa diciendo “pues él me está hablando”;
bien, acabas siendo regañado por doble cuenta, y si tienes mala suerte incluso
te sacan de la clase y de problemático no te bajan. Ahí mismo, casi por
osmosis, terminas aprendiendo la tercera gran regla: “no confíes en las niñas”.
Para
la última regla hay que avanzar un poco más en el tiempo, a una época de
extraños cambios en tu cuerpo y tu personalidad. Ya lo que has aprendido en el
pasado prácticamente se ha anexado a tu instinto para estas alturas. Consideras
a las chicas como iguales con privilegios especiales; eres amable, tierno,
precavido, desconfiado y por alguna extraña razón, a la que suele conocérsele
como “pubertad”: empiezas a estar enteramente interesado en ellas. Siempre te
han gustado, sabes que huelen bien y has notado que son más ordenadas e
inteligentes… pero nunca has sentido una necesidad tan fuerte de ser acompañado
por ellas.
Comienzas
a salir con ellas, a tener novias. Vas descubriendo poco a poco lo que
significa estar enamorado, y sin importar que tantos años pasen, cuantos
noviazgos termines y empieces, o cuantos corazones destroces o te destrocen: te
das cuenta de que siempre, siempre, es amor verdadero. Tan es así, que desde
los doce años hasta los diecisiete, ya te has enamorado de verdad unas
ochocientas veces. Aprendes a lo largo de tus relaciones amorosas millones de
reglas esenciales para la vida en pareja, pero la más importante de todas, y la
última de las grandes reglas, es: “no puedes vivir sin las niñas”.
Esto
es simultaneo, por supuesto. Las niñas también aprenden grandes reglas
conviviendo con nosotros, e idéntico a nuestro caso, solo la experiencia les
deja entrever las valiosas lecciones enmarcadas en sus vivencias. Mientras
nosotros aprendemos “no le hagas daño a las niñas”, ellas aprenden “los niños
pueden lastimarnos”, mientras nosotros aprendemos “no juegues con las niñas”
ellas aprenden “los niños no tienen cuidado”, mientras nosotros aprendemos “no
confíes en las niñas”, ellas aprenden “podemos vencer a los niños”, y mientras
nosotros aprendemos “no puedes vivir sin las niñas”, ellas aprenden “no podemos
vivir sin los niños”.
Y
es entonces, cuando conoces y comprendes las reglas, que te enteras de que
estás jugando un juego, y que siempre lo estuviste jugando. Es el juego más
antiguo y bello del mundo, uno que nunca se detiene.
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